miércoles, 19 de marzo de 2008

FRIEDRICH THOMKA, UNA EXISTENCIA TOCADA POR LA FATALIDAD

“Recuerdo cuando mi familia y yo nos levantábamos temprano aquellas diáfanas mañanas de domingo para preparar la comida que habríamos de llevar para pasar un alegre día de campo. Pero también recuerdo las miradas de desaprobación que mis padres y hermanos me dirigían cuando el cielo no era tan claro y la lluvia arreciaba. Esos domingos nos quedábamos en casa.” Así comienza el relato autobiográfico de Friedrich Thomkfa, un hombre marcado por el sentimiento de culpa. “Uno de los peores momentos de mi infancia, fue cuando descubrí en una ilustración la Torre de Pisa. Recuerdo que sufrí una profunda desazón, un amargor espiritual que me embargó durante varias semanas. Intenté ocultar el descubrimiento a mis familiares; rebusqué en las enciclopedias que poblaban las estanterías de la biblioteca familiar con el fin de hacer desaparecer toda referencia a la inclinada construcción. Fue mi tía, Kathrina Abrechsky, la que lo descubrió todo. Era una tarde de primavera en la que regresé a mi casa tras mis lecciones de piano. Mi tía, mi madre y
mi hermana mayor tomaban té con pastas en el salón principal de nuestra casa de Abbernchbeckf. El ambiente estaba tenso y el silencio era un cruel tirano que acallaba las distendidas charlas que solían tener las matriarcas de la familia. Mi tía Kathrina requirió mi presencia. Al llegar al salón, los rostros de las tres mujeres estaban contraídos en un gesto de disgusto. Mi tía me mostró una ilustración de la Torre de Pisa que hacía unos días yo había arrancado de uno de los volúmenes de la Enciclopedia Brieggman, y me dijo: Tienes algo que decir al respecto. El mundo se hundió bajo mis pies y tan sólo recuerdo que balbuceaba: Yo no me apoyé, yo no me apoyé, y que perdí la conciencia.” Friedrich Thomkfa tardó en recuperarse de aquel episodio y a causa del impacto emocional que sufrió aquella tarde de primavera comenzó a padecer una creciente fobia a las construcciones excesivamente verticales. “Mi padre quería que fuera arquitecto, pero fue un desastre: tan sólo conseguía diseñar pantanos o alguna casita de planta baja. Así no irás a ningún lado, decía mi padre, el futuro está en lo vertical. Nos ha salido nenaza el pequeño Friedrich.” Así que Thomkfa tuvo que abandonar lo que era la máxima aspiración paterna: tener un hijo arquitecto. Esto hizo que su autoestima mermara de manera ingente. Comenzó a mostrarse huraño y se entregaba con inusitada pasión a labores solitarias, como la lectura y el macramé.
Pero Thomkfa no podía escapar a su destino. Una tarde de invierno, cuando se hallaba jugando con sus perros en el jardín, aparecieron dos inspectores de policía. Habían incendiado la librería preferida de Friedrich y la tienda donde solía adquirir el macramé. Unos vecinos decían haberlo visto salir de ambos establecimientos antes de que se produjera el fuego. “Fui conminado a acompañarlos a la comisaría del distrito. Los inspectores, a sabiendas de que yo, por mis antecedentes, era un honrado ciudadano, no quisieron esposarme, pero mis padres y mis hermanos se lo exigieron. Mi tía Kathrina, que se hallaba tomando el té en el salón principal, se ofreció para declarar en mi contra.” Friedrich cuenta el infierno que pasó desde que fue ingresado en prisión preventiva hasta el momento del juicio. “Mi familia me visitaba todos los días, pero apenas hablábamos, se dedicaban a mirarme de hito en hito, con sus rostros sumidos en gestos de desaprobación. Mi hermano Ingelberg se carcajeaba imaginando la posibilidad de que me encarcelaran en la prisión de
Frusbick, famosa por su infernal disciplina y por su incompetente cocinero.” Pero Thomkfa fue declarado inocente gracias a la intervención en el juicio del granjero Tremichsky, famoso por su excelente queso, que declaró a favor de Friedrich, aduciendo que en las horas en las que se incendiaron ambos establecimientos, vio al joven Thomkfa paseando cerca de sus propiedades acompañado por sus dos perros.
A las pocas semanas de que las autoridades liberaran a Friedrich, una partida de quesos Tremichsky, intoxica a varias familias de Abbernchbeckf. El granjero habla de un posible sabotaje. Todo señala a Thomkfa: la fecha de la partida de quesos coincide con el día en el que el joven Friedrich paseaba cerca de la granja Tremichsky. “Yo no podía ser. Yo era alérgico a cualquier producto lácteo, ni siquiera podía estar ni a un par de metros de una vaca.” Los inspectores creen que Friedrich Thomkfa ha actuado desde el resentimiento: Si no puede tomar queso, tampoco los demás pueden hacerlo. Es un caso claro de envidia asesina, declararon los inspectores. “Creían que había introducido la bacteria en el queso por despecho. Yo, que apenas me relacionaba con nadie, y menos con seres a los que has de mirar de continuo con un microscopio. Aquello era una locura.” Thomkfa cae en una profunda depresión y tiene varios accesos de ira destructiva que le llevan a destrozar todas sus artesanías de macramé. Sus familiares ven en la enfermedad de Thomkfa una muestra de los insanos impulsos que lo llevaron a intoxicar el queso. El juez lo exime de la pena por atentado contra la salud pública por enajenación mental instando a que sea tratado en algunos de los manicomios de la región. Su tía Kathrina pide una apelación, pero para cuando se celebra el pertinente juicio, Thomkfa está mentalmente destrozado por los hechos acaecidos. “Mi sobrino Friedrich se hace el loco para salir exculpado. Pero creo que las autoridades deben ejercer su función y obligarle a que asuma con madurez su pena, declaró públicamente mi tía de Kathrina Abrechsky”.
Thomkfa es entonces ingresado en el manicomio de Threjor – Chersvky, famoso por sus amplios y floridos jardines y por los altos muros que los rodean. “Fue una etapa dura. Yo no me sentía un enajenado, más bien una persona tocada por la fatalidad.” Thomkfa dedica el tiempo que tiene libre entre electroshock y electroshock a pintar cuadros. “Lo hubiera intentado con otras figuras geométricas, pero me fascinaba la solidez y
energía que dimanaban los cuadrados.” Durante una de las sesiones de electroshock que aplican a Thomkfa, se produce un fallo eléctrico que acaba generando un apagón en toda la región que duró cerca de una semana. “Aquello fue el mayor desastre que jamás había ocurrido en mi bonita provincia, cuyo mayor logro urbanístico había sido el alumbrado público. Y yo estaba tristemente implicado.” Varios científicos y técnicos se interesan por el caso. William Raichmann, prestigioso neurólogo, sugiere la hipótesis de que la disposición electroquímica del cerebro de Friedrich hubiera generado un excesivo aumento de la tensión eléctrica que provocara el colapso del entramado eléctrico de la región. “Es un curioso fenómeno. Según me han contado, de joven tuvo algo que ver en la inclinación de la Torre de Pisa, dijo de mí el ínclito Raichmann.” Un comité médico – jurídico da el visto bueno para que el grupo de Raichmann examine a fondo a Thomkfa en las instalaciones del Hospital Universitario Muchhmann, en el que, casualmente, su tía Kathrina trabaja de enfermera jefe.
Rodeado de decenas de científicos, personal médico y sofisticados aparatos, Friedrich es sometido a continuas pruebas. “Me colocaron electrodos por todos los lugares imaginables de mi cuerpo y me lanzaban descargas eléctricas de diferente intensidad –me gustaban las de baja, me hacían cosquillas -, pero no conseguían repetir el fenómeno del apagón. Me abrieron el cráneo para observar mi cerebro en busca de alguna posible anomalía estructural, con tan mala fortuna que la bóveda que cubría mi cráneo cayó y se rompió. Me la sustituyeron por la de otro individuo fallecido recientemente, con la mala suerte de que era de mayor tamaño, con lo que, si bien me hacía más alto, afeaba mi cabeza. Aquello era un infierno.” Thomkfa comienza a sufrir de unos extraños temblores que lo impiden mantenerse quieto y desarrollar con normalidad las tareas más básicas. Deja de comer, de pintar cuadros, de tejer macramé y las piezas que interpreta en el piano -privilegio que se le había concedido gracias a la bondadosa humanidad de William Raichmann –son irreconocibles hasta para el humano más fino de oído. “De nada sirvió el sacrificio de tu padre para que aprendieras un arte. Malgastaste su dinero, me decía mi tía Kathrina mientras me daba de comer en el hospital.” Los médicos interpretan la conducta de Friedrich como una resistencia inconsciente. Lo
someten a terapia farmacológica y de grupo. Es en esta última donde tiene problemas. Su trastorno de agitación motora pone nerviosos a sus compañeros de terapia, agravando los trastornos que padecen. “Es entonces cuando los expertos me consideran socialmente imposible. Dicen que soy incapaz de adaptarme a los requerimientos grupales, que no miro por el bien de la comunidad.”
Thomkfa es encerrado en una solitaria habitación del Hospital Universitario de Muchhmann para evitar males mayores, vigilado constantemente por fornidos celadores. Su problema de agitación aumenta, y no para de saltar de un lado a otro de la habitación, golpeándose contra las paredes. “Los celadores pensaban de mí que era sólo un vanidoso que quería llamar su atención.” Lo terminan atando a una cama y es examinado personalmente por William Raichmann. Tras extensas inspecciones, Raichmann descubre que el tejido nervioso de Friedrich está gravemente deteriorado. Deduce que la causa del problema se debe a los excesos cometidos por Friedrich en su juventud. “Es un tipo que fue incapaz de controlarse. Comió y bebió todo lo que quiso y sin medida. Ahora está pagando la culpa de sus excesos, declaró Raichmann en el tribunal médico.”
Thomkfa acaba hundido por la culpa. Toda su vida había sido un desatino, no sólo le había hecho daño a los demás, sino también a él mismo. “Ahora encerrado en ésta, mi celda, pago por los pecados que cometí. Yo tan sólo quería vivir tranquilamente, pero mi destino ha podido con mi voluntad.” Estas fueron las últimas palabras que dijo al enfermero Rudolph Beischsler, su improvisado escribiente, y que el mismo transcribió en lo que sería al final el libro: Destino de un hombre con poca suerte, autobigrafía de Friedrich Thomkfa, el del apagón de Threjor – Chersvky. Cuentan que antes de expirar, Friedrich Thomkfa recibió una postal de Pisa: Sobrino: espero que te encuentres mejor de tu afección. Abrígate y haz caso de lo que te aconsejen, y no hagas cosas de las que te puedas arrepentir. Mira donde estás por tu mala cabeza. Te quiere, tu tía Kathrina.

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